“La tesis sociológica de que la diferenciación técnica y social y el extremado espacialismo han dado lugar a un caos cultural, se ve cotidianamente desmentido por los hechos. La civilización actual concede a todo un aire de semejaza.”
Así comienza una de las más brillantes reflexiones sobre el sistema de la industria cultural*… se sigue leyendo:
“La unidad visible de macrocosmo y microcosmo ilustra a los hombres sobre el esquema de su civilización: la falsa identidad de universal y particular. Cada civilización de masas es idéntica y su esqueleto –la armadura conceptual fabricada por el sistema- comienza a delinearse. (…) Quienes tienen intereses en ella gustan explicar la industria cultural en términos tecnológicos. La participación en tal industria de millones de personas impondría métodos de reproducción que a su vez conducen inevitablemente a que, en innumerables lugares, necesidades iguales sean satisfechas por productos estándar.”
Iguales necesidades y productos estándar…
* INDUSTRIA CULTURAL - Término que se refiere a los modelos de producción de bienes culturales masivos como el cine, la radio, la música y la televisión.
¿Necesidades iguales?
El mercado –y la industria- musical en Argentina asistió, desde principios de los ’90, a un proceso que propicio su homogenización, mecanización y estandarización, además, claro esta, de la concentración de la propiedad de los grandes medios de producción –y reproducción- de industria cultural (musical, en este caso) en las manos de unos pocos; de muy pocos.
Ahora, si la tecnología y el enorme avance de los medios masivos de comunicación (Internet, Televisión Digital y demases) han tenido en estos últimos 25 años el desarrollo más impresionante que jamás se ha visto, ¿por qué estas técnicas incidieron en detrimento de la heterogeneidad de los productos culturales?
“Por el momento, la técnica de la industria cultural solo ha llegado a la igualación y a la producción en serie, sacrificando aquello por lo cual la lógica de la obra se distinguía de la del sistema social. Pero ello no es causa de una ley de desarrollo de la técnica en cuanto tal, sino de su función en la economía actual (…) A ello debe agregarse el acuerdo o por lo menos la común determinación de los dirigentes ejecutivos de no producir o admitir nada que no se asemeje a sus propias mesas, a su concepto de consumidores y, sobre todo a ellos mismos”.
Los grandes grupos económicos son los que hoy manejan la producción –e, insistimos, la reproducción- de los productos de la industria cultural.
“La atrofia de la imaginación y de la espontaneidad del consumidor cultural contemporáneo no tiene necesidad de ser manejada según mecanismos psicológicos. Los productos mismos de la industria cultural paralizan tales facultades mediante su constitución objetiva (…) Y todos los agentes de la industria cultural velan para que el proceso de la reproducción simple del espíritu no conduzca en modo alguno a una reproducción enriquecida”.
Parece un reclamo generalizado el de la banalización del rock; el circuito de primera línea de lo que hoy se llama “Rock Nacional” se ve infestado de bandas insulsas que lejos están del nivel de los músicos de antaño y de no tanto. Divididos y La Renga podrían considerarse los últimos baluartes del género que aún se mantienen en escena.
Pero el problema no es que no existan bandas buenas o público para esas bandas, sino que existe todo un sistema que atenta contra la irrupción de esas bandas, constituido esencialmente desde la necesidad de mantener un estándar de nivel que no derrumbe el imperio y la imagen de personajes comerciales inventados por la industria discográfica de los últimos diez años.
Y aquí se responde a la pregunta inicial, necesidades igualmente creadas, gustos igualmente moldeados y creados; creencia de que el público consume estándares pormenorizados de calidad porque no es apto para consumir más es hora de romper los esquemas. Grave error.
Es hora de romper los esquemas…
A abrir las mentes para lo que se viene…